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“Mata Hari, diosa de la mentira”

7 julio, 2015

La historia de Mata Hari (1876-1917) es la crónica de una mentira. Eso sí, una mentira bien elaborada y magistralmente adornada que consiguió traer de cabeza a media Europa en plena contienda mundial. Esta  gran impostora holandesa, llamada realmente Margaretha Geertruida Zelle, fue en realidad una cuentista desde su juventud. Ni era bailarina, ni de origen hindú y mucho menos poseía formación como espía.

Sus virtudes, eso sí, saltaban a la vista para la mayoría de hombres a los que conquistó en su meteórica carrera. Quizás, como escritora de ficción hubiera llegado a ser una anciana aclamada por sus lectores, pero la realidad es que un pelotón de fusilamiento se la llevó por delante a los 41 años. En ese momento, ella ya era un mito. Obsesionada con los militares, suya es la frase: “Prefiero ser la amante de un oficial pobre que de un banquero rico”.

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Su bautizo como Mata Hari tuvo lugar en París, cómo no. Llegó a la ciudad de la luz –eso sí es cierto–, procedente de las Indias Orientales holandesas, donde había residido un tiempo tras casarse a los dieciocho años con un oficial destinado allí. Un matrimonio que le sirvió de trampolín y supuso la primera piedra de una monumental catedral de falsedades.

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En 1902, abandonó al esposo y a una hija y regresó a Europa con la idea de triunfar en París con su nueva identidad de hindú y el nombre de Mata Hari  –ojo del día–.  Los parisinos pronto quedaron encantados con esa exótica y sensual morena que siempre se contoneaba dejando a la vista un hermoso cuerpo. Tuvo numerosos protectores y contratos en diferentes ciudades europeas, pero la Gran Guerra estalló y sorprendió a la holandesa en Berlín. Allí era la amante del jefe de policía de la ciudad, y poco después se convirtió en la amante del cónsul alemán en Ámsterdam, el mismísimo jefe del espionaje…

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Fue él quien pensó en Mata Hari para que sonsacase información a los militares franceses. Se convertía así en la agente H-21. Era una mujer tan ambiciosa que eno dudó en jugársela haciendo de agente doble. Se dice que en París se ofreció directamente al capitán Ledoux, quien servía al frente del servicio de espionaje galo. Este, consciente de la fama de la mujer, accede pero manteniéndola muy vigilada.

Otras versiones sostienen que ella en realidad fue a verle para solicitar un salvoconducto para viajar a otra ciudad a ver a un amante, y que en esa entrevista, el francés le ofreció que se convirtiera en espía para ellos. Comienzan sus mayores aventuras de alcoba con numerosos oficiales de distintas nacionalidades. La tela de araña que construía Mata Hari con cada militar con el que iniciaba un romance pronto la atrapó. Fue detenida e interrogada. Al parecer, es ahí cuando pronunció su ya famosa –y es de suponer que verdadera – frase: “¿Una ramera? Sí, pero una traidora, ¡jamás!”.

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Acusada de alta traición por los franceses, fue sentenciada a muerte, a pesar de que nunca hubo pruebas concluyentes de su delito. El 15 de octubre de 1917 era fusilada. No permitió que le vendaran los ojos, así que pudo mirar a los ojos de los oficiales por última vez. Dicen que incluso les lanzó un último y provocador beso. Nadie reclamó su cadáver. Una gran ironía para una mujer cuyo cuerpo había sido tan idolatrado en vida. Greta Garbo la popularizó en el cine durante la década de los treinta.

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Texto @Esther Ginés

Imágenes: @María López-Linares Vintage Photography y @wikipedia

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