Hoy vamos a hablaros de una mujer sobre la que se ha especulado hasta la saciedad. Con una vida que ha dado para varias series y películas de éxito. Vamos a intentar conocer un poco mejor a esta misteriosa mujer que terminó su vida tristemente confinada y disfrutando de apenas una hora de luz al día. Se trata de La Princesa de Éboli
Quién fue la Princesa de Eboli.
Ana de Mendoza era descendiente directa del marqués de Santillana, el gran poeta del S.XIV. Bisnieta del cardenal Mendoza y sobrina del duque del Infantado. Además de una de las mujeres con más abolengo, fortuna y títulos de su época.
Controvertida, inquietante y enigmática dama de la Corte de Felipe II a la que todos conocemos como la princesa de Eboli. Ella es la protagonista de nuestro post de hoy y la dueña de nuestra última joya histórica.
Sus primeros años de vida.
Nació el 20 de junio de 1540 en Cifuentes, provincia de Guadalajara. Fue hija de Diego Hurtado de Mendoza – virrey de Aragón, y Cataluña y presidente del Consejo de Italia – y de Catalina de Silva, hija de los condes de Cifuentes.
Parece que su infancia quedó muy marcada por la mala relación entre sus padres. Se dice que su padre era un mujeriego, algo crápula y bastante interesado. Y que su madre se rodeaba de extrañas amistades relacionados con la astrología, la religiosidad exacerbada y toda clase de embrujos beneficiosos. Fue un matrimonio con demasiadas diferencias que les llevó a continuas peleas que terminaron en una dramática separación.
El Matrimonio de Ana de Mendoza y Ruy Gomez de Silva.
Pues en estas circunstancias parece lógico que Ana de Mendoza sintiera una gran alegría cuando el propio Felipe II la propuso desposarse con tan solo 12 años con Ruy Gomez de Silva su secretario y amigo personal. Dicen que la joven sintió alivio por poder marcharse de su casa. Ruy tenía 24 años más que ella, y ya era un hombre de reputada posición. Dicen sus capitulaciones matrimoniales que era “bonita aunque chiquita”. La pareja contrajo matrimonio pero los esponsales no se consumaron hasta que Ruy volvió de las campañas en 1557, Ana contaba entonces con 17 años.
Ruy Gomez de Silva y Ana de Mendoza
Ruy, que como os decía ya era un hombre con muy buena posición económica compró a su suegro la villa de Eboli en Italia. Y así consiguió de su amigo el rey el título de príncipe de dicha localidad.
Posteriormente compraría las villas de Estremera, Valderacete, y Pastrana, siendo nombrado Duque de Estremera, y de Pastrana con Grandeza de España. Esta última compra la hizo apenas 4 años antes de morir. Pero esto no quitó para que le diera tiempo a mejorar y ampliar los cultivos en Pastrana junto a su esposa. Trayendo moriscos con la idea de que iniciaron allí una floreciente industria. Lograron una feria anual con privilegios especiales. Y fundaron la Iglesia Colegial de Pastrana juntos con dos conventos de Carmelitas con Santa Teresa de Jesús.
Para que os hagáis una idea Ruy gastó en las compras el equivalente a cuatro años de la renta del Duque del Infantado. Una fortuna para la época, que nos desvela el gran poder económico del secretario del Rey.
Ruy Gomez de Silva
La pareja tuvo 10 hijos de los que sobrevivieron 6. Y tuvieron lo que parece un feliz matrimonio que duraría 13 años. Ana tuvo una vida estable y no se conocen andanzas ni problemas del matrimonio en esa época.
Los problemas vendrían con la repentina muerte de su esposo. Su carácter, los problemas de la infancia ya contados y la falta de la única persona que le había dado estabilidad en la vida hizo que Ana tuviera una existencia problemática
Su vida daría un gran giro tras quedarse viuda.
Los problemas comenzaron cuando decidió retirarse al convento de las carmelitas de Santa Teresa de Jesus de Pastrana. Este convento lo había fundado ella misma y por cuya fundación sabemos que había tenido importantes diferencias con la santa.
No fue el hecho de retirarse a llevar una vida de recogimiento lo que creó el problema. Sino que se creo cuando exigió que sus doncellas fueran acogidas como novicias. Y que además se les permitiera recibir visitas casi como si de su palacio se tratara.
Su vida en el convento.
Pues esta decisión no trajo más que el caos al convento, alterando por completo sus hábitos de recogimiento. Parece ser que un día se levantó de la cama y se encontró sola. Las humildes hermanas abandonaron el lugar en la noche para recogerse en Segovia dejando a la princesa totalmente sola.
En este punto parece que el rey decidió poner orden en el asunto y mandó llamar a Ana a la corte. Ana se instalaría en su palacio de Madrid, ocupándose de sus hijos y de la gestión de su enorme patrimonio (el de su marido y el heredado de su padre).
Y aquí es donde se encontraría con los dos hombres que cambiarían el rumbo de su vida.
- Antonio Pérez (secretario del rey después de la muerte de su esposo) del que se dijo era hijo de su marido. Antonio era seis años mayor que ella y no se sabe realmente si lo suyo fue simplemente una cuestión de amor, de política o de búsqueda de un apoyo que le faltaba desde que muriera su marido.
- Juan de Escobedo (secretario personal de Don Juan de Austria, gobernador de Flandes, hermanastro del rey). Ana se convirtió en confidente de la reina Isabel de Valois; razón por la que su relación con el rey se volvió aún más estrecha.
Ana fue una mujer que tuvo gran habilidad en la intriga. Probablemente heredada de su madre y de los Mendoza a partes iguales, aunque en esta ocasión sus intrigas la llevarían a la ruina.
Problemas políticos y escándalo amoroso.
Se metió de lleno en un lío político del que no supo o pudo salir. Antonio Pérez pertenecía a la facción más “liberal” de palacio. Eran partidarios de pactar con los rebeldes holandeses; a este grupo también pertenecían Don Juan de Austria, su secretario Escobar y la propia Ana de Mendoza. Es decir, que los protagonistas de esta historia —la viuda, Escobedo y Pérez— pertenecían al mismo grupo de presión. Pero las rivalidades personales y los asuntos de amores se antepusieron a las ideas sobre política internacional.
Parece que Don Juan fue acusado de alta traición hacia Felipe II. Y su secretario viajaría desde Flandes a Madrid para aclararle al monarca este punto. Pero, además de explicar la posición de Don Juan al rey, Escobedo también empleó los rumores de los amoríos de Antonio Pérez con la princesa de Éboli para volver al rey en contra de su rival. Escobedo debió disponer de pruebas muy comprometedoras, pues a los pocos días unos espadachines acabarían con su vida a estocadas durante la noche.
El escándalo de la Princesa de Éboli
El escándalo fue mayúsculo. La familia de Escobedo acusó a Pérez y a la princesa de Eboli del asesinato. El rey primero ignoró las acusaciones, pero terminó haciéndose eco de ellas. Mandó hacer una investigación, que acabaría acusando a Pérez del asesinato de Escobedo, así como de otros turbios manejos. Parece que ese informe se salió de los aspectos legales, entrando en los sentimentales. El informe dio por buenos los rumores sobre la relación de Antonio Pérez y la Princesa de Éboli. Esto hizo caer en desgracia a la princesa, que se convertía así en la amante de un personaje caído en desgracia frente al rey.
Pero la princesa no se achicó. Se volvió tremendamente desafiante ante el rey, le envió durísimas cartas en las que le emplazaba a lavar su honor. Llegando incluso a afirmar en una de ellas que “el Rey sabía tan bien la verdad que no debía pedir testigos sino a sí mismo”. Su enfrentamiento hizo que el rey montara en cólera, negándose a leer más cartas de Ana de Mendoza.
El 28 de julio de 1579 ordenó la detención de la princesa de Éboli y de Antonio Pérez. Para evitar que pudieran comunicarse y combinar sus declaraciones, se les separó. A la princesa la mandaron a la torre del castillo de Pinto. Allí comenzó a cumplir una pena de prisión sin juicio, por la mera voluntad del rey. Después fue encerrada en el castillo de Santorcaz, y de allí fue enviada a su palacio de Pastrana en la primavera de 1581.
El confinamiento de Ana de Mendoza.
En su palacio la princesa de Eboli retomó la vida de lujo y recibió visitas. Pero al poco tiempo Antonio Pérez consigue fugarse a Aragón, y de allí a Francia. El rey, ante el peligro de que ella también huyera, ordena que se cambiara su régimen de prisión atenuada, a confinamiento en unas pocas habitaciones.
Ya no estaba autorizada a salir ni a recibir visitas. Estaba solo acompañada por su hija menor y varias criadas. Fue tan sumamente estricto este régimen de reclusión para el temperamento nervioso de Ana, que fue dando crecientes muestras de inestabilidad psíquica.
El rey decidió privarla de la gestión de su patrimonio, concediéndole esa responsabilidad a su hijo mayor.
Como único desahogo, cada día, a la misma hora, se la autorizaba durante una hora a asomarse a una ventana enrejada para mirar el exterior. Esa patética costumbre propició que la plaza a la que daba esa ventana se fuera conociera como la “de la hora”.
Sin haber llegado a ser juzgada y tener la ocasión de defenderse, el 2 de febrero de 1592, a los 52 años de edad, murió la aprisionada princesa de Eboli.
Y este es el triste final de una mujer de carácter dominante y altivo, rebelde y apasionada, heredera de títulos y propiedades, quiso el destino que al final de su vida muriera confinada y sola.
El Parche de Ana de Mendoza
Como podemos ver en el retrato en el que nos hemos inspirado para hacer los pendientes, la Princesa de Éboli era tuerta. Parece que existe una carta en la que informan a Ruy del estado de su esposa cuando tenía tan solo trece años al sufrir un accidente. Pero no se menciona de qué tipo de accidente se trata. Podría ser ese accidente de esgrima en el que se asegura que predio un ojo a manos de un paje.
La única prueba, además de los retratos atribuidos, es una carta de 1573 en la que el prior don Hernando de Toledo, hijo del duque de Alba, cuenta que “Anoche, a la una, estaban unas damas en una ventana tratando de qué traería (el parche en) el ojo la princesa de Éboli: la una decía que de bayeta; otra que, de verano, lo traería de anascote que era más fresco”.
Por otro lado he leído que el análisis exhaustivo del retrato de Ana de Mendoza atribuido parece que también falsamente a Alonso Sánchez Coello permitió a Gregorio Marañón concluir que, la princesa jamás fue tuerta. Dice Gregorio Marañon que el parche que luce en la pintura no trasluce la oquedad de una cuenca vacía, sino más bien un ojo con leucoma. Que le da un «peculiar aspecto lechoso» y una «evidente desviación del globo ocular». «Fuera cual fuese la causa añade Marañón, el ojo quedaba tan feo, opaco, saliente y torcido que exigía el uso de un parche».
En cualquier caso, estas dos teorías desarticulan por completo cualquier teoría que la había tachado de frívola al taparse el ojo simplemente por presunción y para ocultar su bizquera.
Ella, en cualquier caso, supo sacar ventaja de su leucoma o al accidente de esgrima, para añadir misterio y encanto a su belleza.
Vintage by Lopez-Linares
Nos pareció tan curiosa e interesante la vida de la Princesa de Éboli que nos decidimos a reproducir los maravillosos pendientes que luce en el retrato del artista Sanchez Coello que os mostramos a continuación.
Esperamos que os haya resultado interesante su vida y que os guste la última reproducción que hemos llevado a cabo. Os dejamos las fotos y los links a la web por si queréis echarles un vistazo.
Os dejamos los enlaces a la web por si queréis ver más fotos de los pendientes.
Pendientes Princesa de Éboli dorados.
Pendientes Princesa de Éboli plateados.
Referencias:
Lola Aguado. El Misterioso Caso de la Princesa de Eboli. Historia y Vida. Nº 23, Febrero 1970.
Gregorio Marañón. Antonio Pérez. Espasa Calpe, Madrid 2006.
Bibliografía:
https://historia.nationalgeographic.com
https://www.biografiasyvidas.com
https://cronicaglobal.elespanol.com
https://www.pasajesdelahistoria.es
http://biografiasiniestras.blogspot.com