Así es como se llama en Portugal a esta clase de perla de forma irregular. En España se las llama “Barruecas”.
Precisamente de esta palabra portuguesa viene el término “Barroco”, con el que se designó al estilo artístico posterior al Renacimiento al que se consideró un arte exagerado, recargado y caprichoso.
Estas perlas se forman de la misma manera que todas las perlas naturales. El proceso comienza cuando en el interior de un molusco se introduce una partícula extraña; entonces el animal reacciona produciendo y cubriendo al intruso con una sustancia compuesta de cristales de carbonato cálcico y una proteína llamada conchiolina, que es lo que vulgarmente llamamos nácar o madreperla. La naturaleza crea las perlas con una forma perfectamente redonda, pero también a veces es caprichosa y las perlas presentan en su forma algunas irregularidades. Estas son las perlas barrocas. Menos apreciadas que las redondas, pero algunas de ellas tan curiosas y peculiares que llegan a tener un valor incalculable.
Las perlas barrocas tienen algo que no poseen las perlas convencionales, y es que no hay dos perlas barrocas iguales. Llevar una joya con estas perlas supone llevar algo totalmente exclusivo y único. A mí personalmente, las perlas barrocas me gustan muchísimo, las encuentro mucho más originales, desenfadadas y divertidas. Parece que tengan vida.
A lo largo del tiempo se han encontrado ejemplares de perlas barrocas impresionantes y de un valor incalculable; como por ejemplo: la perla Gogibus (siglo XVII), la perla de Asia (siglo XVI), la perla Hope y otras muchas, a cual más bonita.