En el otro post os contábamos las primeras historias de vuestras joyas familiares que nos han ido llegando. Hoy queremos compartiros algunas más. Ya sabéis que la historia que nos contéis puede ser todo lo larga que queráis. En este caso traemos unas historias un poquito más largas y detalladas que nos han encantado.
Pendientes de Herencia Garibaldi: Un Legado de Valor y Memoria
Pertenecieron en su día a una nieta de Giuseppe Garibaldi destacado líder militar y político italiano, conocido por su papel fundamental en la unificación de Italia en el siglo XIX.
La joya ha pasado por más de 6 generaciones hasta llegar a las manos de una de nuestras seguidoras que ha tenido el detalle de compartirlo con nosotras.
Qué historia más apasionante la de estos pendientes su dueña murió muy joven de fiebres tifoideas había contraído matrimonio por poderes en la iglesia de San José ya que vivía en Manila. Ella quedó embarazada muy joven, pero algo debió suceder, y ella regresó a España con él. Llegó al puerto de Barcelona en 1901, y falleció al poco tiempo de estas fatídicas fiebres. Seria su hermana Enriqueta y su marido los que criarían a mi abuelo como el hijo que nunca tuvieron.
Giuseppe Garibaldi (1807-1882) Nacido en Niza, que entonces era parte del Reino de Cerdeña, Garibaldi se convirtió en un revolucionario y un defensor de la causa republicana.
Es famoso por sus campañas militares, especialmente la expedición de los mil (1860), en la que lideró un grupo de voluntarios para conquistar el Reino de las Dos Sicilias, contribuyendo significativamente a la unificación de Italia bajo la Casa de Saboya. Su enfoque en la libertad y la independencia también lo llevó a participar en diversas luchas en América del Sur y en Europa.
Garibaldi es considerado un héroe nacional en Italia y es aclamado como uno de los padres de la patria, junto con figuras como Camillo di Cavour y Vittorio Emanuele II. Su legado perdura en la historia italiana y en el simbolismo de la lucha por la libertad y la unificación.
La joya ha pasado por varias generaciones de mujeres hasta llegar a mis manos.
El Legado de un Espíritu Libre: Recuerdos de Mi Tía Costurera
“Ella era prima de mi padre, una mujer soltera e independiente, admirada por su fuerte carácter y empoderamiento. Desde pequeña, disfrutaba de su compañía cuando venía a casa a coser con mi madre. Era una talentosa costurera, capaz de transformar cualquier tela en un hermoso vestido. Mientras trabajaba con sus manos hábiles, llenaba el aire con cuentos fascinantes y relatos de amor de sus pretendientes. Y yo me sumergía en sus historias, absorbiendo cada palabra y consejo que ofrecía.
Sus charlas eran un tesoro de sabiduría que, con el tiempo, me han sido de gran utilidad. Recuerdo cómo al atardecer, cuando el sol comenzaba a ocultarse, se preparaba para regresar a su hogar. Siempre me dejaba con una frase entrañable: «La virgen está planchando, mi niña». Era su forma de decir que el día había terminado y que la vida seguía su curso.
Un día, en uno de esos atardeceres dorados, ella le entregó a mi madre un anillo que había guardado con cariño, un símbolo de su amor y de los momentos compartidos. Antes de partir hacia su «lugar feliz», me miró y dijo que ese anillo debía seguir en la familia. Hoy, lo llevo conmigo, un recordatorio de su espíritu libre y de las lecciones que me enseñó. Cada vez que lo miro, siento su presencia y la calidez de aquellos días.”
Nuestra Peregrina: La Historia de un Colgante Familiar con Raíces Francesas
Esta pieza apareció en la familia hace mucho tiempo, proveniente de Francia. La leyenda cuenta que una antepasada tenía contacto con una familia noble francesa; pudo haber sido hermana, prima o algo así de mis tatarabuelos, según las fechas de las joyas. Seguramente trabajó como ama de cría, cuidadora o aya. Algunos primos hermanos de mi abuela aún siguieron viviendo en Francia. Lo importante es que las piezas llegaron a la familia directa y las he heredado.
Es nuestra perla Peregrina particular, un colgante de oro en forma de hojas en la parte superior, engastado con nueve diamantes en talla rosa o antigua de buen tamaño. De ahí cuelga esta perla australiana, sujeta con un dije de diamante en talla brillante.
La reformamos en la joyería Yanes, sustituyendo la perla original, que conservamos, por esta más grande y con un lustre espléndido, añadiendo también el brillante.
Además, cambiaron la argolla superior por una nueva de oro con la firma Yanes.
Durante la limpieza y reforma, nos comentaron que esos diamantes no parecían españoles por su extraordinaria calidad. También nos explicaron que, antiguamente, para realzar el brillo, se les daba bajo el diamante una capa de esmalte, pero que a veces, al no recibir luz por todos los lados, esto podía apagar un poco el brillo.
Y esta es la historia de nuestra «Peregrina»
Los Pendientes de Mamá: Un Legado Compartido y Replicado en el Corazón de la Familia
Hola, habéis planteado una iniciativa preciosa y quiero compartir nuestra historia, que no es solo mía.
Mis padres, cuando eran novios, emigraron a Francia, donde mi madre compró un juego de pendientes y anillos. El anillo por desgracia se perdería hace años. Los utilizó en su boda en España, y cada vez que se los ponía (solo en ocasiones especiales), mi hermana y yo pensábamos que estaba preciosa. Estábamos enamoradas de esos pendientes, que nunca nos dejó usar…
Hace dos años la perdimos, después de verla consumirse por el Alzheimer. Nuestra querida madre, tan alegre y bella por dentro y por fuera…
No queríamos deshacernos de los pendientes; las dos los queríamos, ya que nos recordaban tanto a ella. Entonces, se nos ocurrió hacer una réplica con trocitos de oro que ella siempre guardaba en su joyero, como recortes de pulsera o pendientes desparejados. Así, cada una de nosotras lleva un pendiente original y uno replicado. Nos los autorregalamos en la primera Navidad sin ella, y fue la primera sonrisa verdadera de mi padre cuando nos los vio puestos.
Las Joyas de Carmela: Un Legado de Amor y Fortaleza a Través de Generaciones
Estas joyas se las regaló mi abuelo materno a mi abuela materna cuando emigraron desde Gran Canaria a Venezuela, llevando consigo a mi madre recién nacida. Años después, regresaron a Las Palmas. Mi abuela le dio las joyas a mi madre, y desde niña, yo me enamoré de ellas. Durante mi adolescencia y juventud, se las pedía a mi madre, pero ella nunca me las dejó. Solo decía que me las daría el día que me casara.
Cuando, a los 37 años, decidí casarme (preparamos la boda en un mes), fui a casa de mi madre y le dije: «Dame las joyas de la abuela». Ella se rió y me respondió: «Ya sabes cuándo te las daré». Yo le contesté: «Sí, ahora, me caso en un mes».
Me las puse el día de mi boda, con todo el orgullo del mundo, porque mi abuela fue una mujer trabajadora y valiente, y de esa manera sentí que estaba con ella. Hoy, mi madre tiene Parkinson con demencia, pero al menos pudo ver cómo llevaba esas joyas vestida de novia.
Yo tengo un varón, y espero tener alguna nieta a quien pueda pasárselas y contarle que pertenecieron a Carmela, su tatarabuela.
Los Pendientes de la Abuela: Un Tesoro de Amor Más Allá del Oro y los Diamantes
En mi caso, la historia no es muy «tierna», pero creo que merece ser contada. Mi abuela, se casó, según sus palabras, con el muchacho más guapo del pueblo, pero era el peor… Era jugador, bebedor e infiel. Parece que un día, sin motivo alguno, le regaló a mi abuela unos pendientes de diamantes, oro blanco y aguamarina.
Ella los guardó y solo los usaba en grandes ocasiones, enamorada, le creyó. Con el tiempo supe que dos de mis tíos quisieron empeñarlos sin que ella lo supiera, pero la sorpresa en el Monte de Piedad fue grande: ni diamantes, ni oro blanco, ni valor incalculable… Ellos siempre contaron eso como una anécdota.
¿La verdad? Nunca me he alegrado tanto. Ella me los dejó a mí en «herencia», pensando que me dejaba «algo grande». Me encanta recordarla: guapa, con su recogido, sus labios mordidos y los pendientes «a juego» con sus ojos. Yo los luzco orgullosa cada vez que puedo; para mí sí que tienen un valor incalculable.
Porque el valor sentimental está por encima del valor real de las joyas, y aunque a veces las piezas no sean lo que nos han contado, siempre prevalece el amor de una abuela hacia su nieta.
El Broche de las Cuatro Generaciones: Un Legado de Amor y Tradición Familiar
Cuatro generaciones de mujeres en una joya de principio del siglo XX.
En el corazón de una antigua casa familiar, una joya brillaba con la luz de los recuerdos. Este broche, que pertenecía a mi bisabuela, fue testigo de un amor eterno; lo llevó el día de su boda, adornando su vestido. Con el paso de los años, la joya pasó a manos de mi abuela, quien también lo lució en su ceremonia, sintiendo la conexión con su madre mientras se preparaba para dar un nuevo paso en su vida.
Cuando llegó mi turno, el broche se volvió un símbolo de unión y tradición. En mi boda, lo llevé con orgullo, sintiendo la fuerza de cuatro generaciones de mujeres que me precedieron.
Aunque las épocas cambian, el legado de nuestras raíces siempre perdura.
De Gemelos a Pendientes: Un Recuerdo Familiar que Acompaña Generaciones
Estos pendientes están realizados con unos gemelos que pertenecieron a mi abuelo paterno. Mi padre fue hijo póstumo, por lo que no conoció a su padre.
Cuando mis padres decidieron casarse, mi abuela pensó que sería muy bonito hacer unos pendientes para mi madre con esos gemelos, y así fue como ella los llevó en ese día tan importante.
Hace 24 años, yo también me casé con ellos. Les tengo mucho cariño, ya que me recuerdan a mi madre, quien falleció antes de que me casara. En el día de mi boda, fue la forma más bonita de sentir su presencia.
La Pulsera de Plata: Un Legado de los Valles Pasiegos y un Símbolo de Herencia en Mi Boda
Esta pulsera de plata ha estado en la familia de mi padre durante más de 200 años y se conserva junto con unas monedas de la época.
Muchas mujeres de los Valles Pasiegos se fueron a servir como nodrizas en las grandes ciudades, trabajando para nobles y reyes.
Al regresar, traían consigo dinero y joyas. Mi abuela me dejó esta pulsera en herencia; tuvo muchos nietos, y yo fui su única nieta. En el día de mi boda, quise llevar una pulsera de cada abuela: una fue algo prestado y la otra, un símbolo de llevarla a mi lado.
La Joya del Linaje: Un Legado de Coral y Amor que Perdura en la Familia
Una pequeña joya familiar, presente en las mujeres de mi familia materna desde mi bisabuela, está hecha de oro bajo y un trocito de coral mediterráneo. Es muy antigua; en mi familia ha estado presente desde mediados o finales de 1700. Ha sufrido reformas para consolidar su estructura y para adecuar el tallaje. Que yo sepa, nunca se ha utilizado ni ha sido objeto de intercambio para compromisos o bodas, por lo que se transmite directamente de madre a hija. Entra en poder de la siguiente heredera al morir su propietaria.
Cuando yo muera, será la última vez que se rompa esa matrilinealidad, ya que no tengo a quién pasársela que sea de mi familia directa. Mi mamá decía que tanto su abuela como su bisabuela habían evitado por todos los medios perderla, ya fuera por venderla o por otras circunstancias, debido al amor que sentían tanto por sus madres como por el deseo de dejar un recuerdo físico en su hija. Era una forma de decir: «Amé a quien la llevó, no está ahora, pero a ti te dejaré un recuerdo de mí, como lo tengo de ella.»
Hay mucho amor engarzado a esa pequeña piedra.
Joyas Recuperadas: Un Regreso Inesperado en Tiempos de Guerra y Generosidad
En los oscuros días de la Guerra Civil, el hambre se convirtió en un compañero constante en el sur de España. Las calles resonaban con el eco de las penas y la desesperación, y muchas familias, se vieron obligadas a vender sus pertenencias más preciadas. Entre ellas, unos pendientes y una sortija que habían pertenecido a mi abuela y que tuvo que vender a alguien relativamente conocido.
Pasaron los años, y la vida siguió su curso. Un día, yo tenía apenas 11 años, estando en casa de mi abuela, llamaron a la puerta y yo fui corriendo a abrir. Me encuentro cara a cara con un hombre mayor, parece que era un viejo amigo de la familia.
Con una sonrisa nostálgica, él le entregó una pequeña caja a mi abuela. Dentro, relucían los pendientes y la sortija que ella le había vendido muchos años atrás.
Mi abuela sintió una mezcla de alegría y asombro al recibirlas, sin que él pidiera nada a cambio. Él había permanecido soltero y ya era mayor, de hecho, fallecería al poco tiempo.
Un gesto de generosidad que dejó una huella imborrable en el corazón de nuestra seguidora y también lo dejara en el vuestro.
Un Tesoro Oculto: Pendientes de Familia y una Cajita con Historia
En 2016, falleció una tía soltera de mi marido, y a otra prima y a mí nos correspondió la tarea de vaciar su casa. Entre la ropa de hogar de una cómoda, encontramos escondidas algunas joyas. Fueron muy pocas, ya que tanto ella como su madre (la abuela de mi marido) habían sido víctimas de robos que les habían dejado sin la mayor parte de sus posesiones.
A pesar de ello, aparecieron algunas piezas, y decidimos tasarlas y ofrecerlas al resto de la familia por si querían quedarse con alguna. Después de que las sobrinas de la tía eligieran, llegó mi turno, y pude adquirir, por el precio de tasación, unos pendientes que me habían gustado desde el principio, no solo por su humilde belleza, sino también por la cajita que los contenía.
En la caja se puede leer:
J. Madrid
Alfonso XIII 4 y 13
MELILLA.
La joyería ha estado abierta en el mismo lugar hasta los años 80 del siglo pasado. La calle se llamó Alfonso XIII hasta la llegada de la Segunda República en 1931, lo que indica que los pendientes son de aquella época. Además, aparecen en una foto de la abuela tomada en los años 20.
La joyería era muy renombrada, y sus hermosos mostradores de maderas nobles fueron en parte depositados en la Asociación de Estudios Melillenses.
Pendientes de Valentía: La Historia de un Primer Sueldo y un Espíritu Libre
Estos pendientes eran de mi madre, quien por desgracia ya no vive. Fue una mujer muy adelantada a su tiempo; nació en 1927 y vivía en el campo con mis abuelos y sus hermanos. Me contaba que tuvo el valor de irse con una tía a Marruecos (en aquellos tiempos) buscando otro tipo de vida. Nos repetía muchas veces que un señor adinerado, dueño de una fábrica de café, se enamoró de ella.
Estuvo también con una tía mía en Bilbao, pero al final se instaló en Algeciras, donde la contrató una familia que tenía un saladero de pescados. Allí trabajaba de planchadora y fue donde conoció a mi amado padre.
Según contaba, esos pendientes se los compró con el primer sueldo que ganó en esa casa, y los pagó a plazos: 25 pesetas todos los meses. Para mí, tienen un valor incalculable.
El ‘Pendentif de la Abuela’: Un Vínculo de Bodas y Recuerdos
Me apetece mucho participar en vuestra iniciativa de la joya familiar. De hecho, he tenido que investigar un poco sobre el origen de mi joya especial, y me ha encantado hacerlo, hemos descubierto que la joya la lucio mi abuela el dia de su boda y esto nos ha llenado de emoción tanto a mi hermana como a mi.
Se trata del “pendentif de la abuela”. Cuando murió mi bisabuela Rosa, su marido se lo regaló a su única hija, Juana, que era mi abuela materna y que se quedó muy joven sin su madre. Mi abuela lo lució en ocasiones especiales, como su pedida y su boda.
Al fallecer mi abuela, pasó por herencia a mi madre y al morir mi madre, me tocó a mí. Yo lo uso en ocasiones especiales porque me encanta; incluso encargué hacer unos pendientes a juego y hace muy pocos meses me puse el conjunto en la boda de mi sobrino.
El Anillo del Destino: La Promesa Silenciosa de Mi Abuela
Mis abuelos eran argentinos y se casaron el 30 de abril de 1930.
Cuando era pequeña, alrededor de 9 o 10 años, mi abuela me mostró un anillo y me dijo que era su cintillo, y que sería para mí cuando ella ya no estuviera.
Pasaron los años y, al fallecer mi abuela, se reunieron sus dos hijas y mi papá, el hijo varón. Estaba mi mamá presente, y mis tías decidieron darme el anillo a mí, por ser la única nieta mujer. Fue muy emocionante cuando mi mamá me entregó el anillo, porque nunca le había contado a nadie que mi abuela me lo había prometido. Cuando pregunté si mi abuela les había dicho a mis tías que ese anillo era para mí, me dijeron que no. Me lo dieron en 1979, y desde entonces lo llevo a diario.
Creo que el destino me lo tenía reservado…
La Pulsera de la Reconciliación: Un Legado de Amor y Unidad
Es la pulsera de pedida de mi madre, que ahora tendría 76 años. En 1967, mi padre se la regaló a mi madre en su pedida de mano. Junto con mis abuelos, la encargó a un joyero de Alicante, ya que mis padres eran de allí. Esta pulsera tiene un gran significado, ya que, además de lo que representa, sirvió como unión, perdón y olvido.
Durante la Guerra Civil Española, mis respectivos abuelos lucharon en bandos contrarios: mi abuelo paterno era guardia civil y mi abuelo materno, republicano. La noticia del noviazgo no fue bien recibida por ninguna de las partes, especialmente porque mi padre era militar y a mi abuelo materno no le agradó en absoluto. Sin embargo, su noviazgo continuó, contra viento y marea. A pesar de que mi madre era muy joven y había cierta diferencia de edad —ella tenía 18 años y él 28—, decidieron casarse el 11 de mayo de 1967.
Esta pulsera unió a dos familias que un día fueron enemigas y creo que es un símbolo de reconciliación. Yo me la puse el día de mi boda, hace 21 años, y fue la mejor joya que pude llevar ese día; además, mi madre ya había fallecido y de alguna manera estaba conmigo. El día que mis hijas se casen, también llevarán la pulsera de su abuela, que representa tanto para nuestra familia.
El Anillo de la Abuela: Un Vínculo Inquebrantable
Como veréis, no es un anillo de oro con piedras preciosas; es un anillo muy significativo para mí. Mi abuela tenía muchísimas joyas, pero a mí me gustaba mucho este anillo y, siendo jovencita, a veces se lo pedía. Ella me decía: «¿No quieres otro?» Se refería a alguno de brillantes o piedras preciosas, pero no; yo quería este.
Cuando ella se hizo más viejecita, este era el que casi siempre llevaba. Pero mi abuela falleció, y las joyas pasaron a ser de mi madre. Al cabo de un mes de su fallecimiento, hicimos una misa y, al terminar, mi madre nos dijo que fuéramos las tres hermanas a su casa.
Puso unas bolsitas en la mesa del comedor y nos dijo que cada una cogiera la que quisiera. Al abrirlas, entre pendientes, pulseras y broches, estaba el anillo. Nunca más me lo he quitado. Esta es la historia, de verdad.
Pendientes de Amor: Un Encuentro Mágico
Estos pequeños pendientes datan aproximadamente de 1915. Cuando mis bisabuelos eran novios, mi bisabuelo tuvo que ingresar al servicio militar. Justo cuando se fue, mi bisabuela contrajo una grave enfermedad, creo recordar que fue neumonía. Su estado fue tan crítico que se dudaba de su recuperación y se temía por su vida.
Afortunadamente, logró recuperarse y, al reencontrarse, mi bisabuelo le regaló estos pendientes como símbolo de su compromiso. Estuvieron juntos durante 70 años. Cuando mi bisabuela falleció, a los 100 años, los pendientes pasaron a mi abuela.
Poco tiempo después, entraron a robar en casa de mi abuela y ella se quedó sin todas sus joyas, así que dio por perdidos esos pendientes. Sin embargo, la vida tenía otros planes. Un día, cuando yo tenía 15 años, mientras curioseaba en casa de mi abuela, encontré una muñeca que tenía un bolsillo en su vestimenta. Al abrirlo, allí estaban los pendientes protagonistas de esta historia.
Mi abuela se llenó de alegría y me los regaló en un gran «secreto». Los conservo con mucho amor. Son de oro blanco, con una aguamarina en el centro y pequeños brillantes alrededor. A veces, como en mi caso, la joya en sí no es la más valiosa económicamente, sino aquella que se guarda con más amor y cariño.
Su valor radica en lo que significan para quienes las han llevado, y en mi caso siento que los pendientes me estaban buscando. Eso es pura magia, y no tiene precio.
El Arete de Shura: Legado de Valor y Resiliencia
Originalmente este colgante era un pendiente que ha heredado de su bisabuela Shuna Pupko, mi hija. Tiene detrás la historia de una mujer valiente de la que nos sentimos orgullosos todos los miembros de la familia.
Shura Pupko nació en un pueblo de Lituania llamado Niemencine en 1914. Su madre murió cuando ella tenía 9 meses. La criaron los abuelos maternos y estos aretes eran lo único que tenía de recuerdo de su madre. Al crecer después de varios avatares perdió uno de los aretes.
Durante la 2a guerra mundial ella, su esposo y su pequeña hija fueron perseguidos por los Nazis por ser judíos. Consigueron sobrevivir saltando de un tren en movimiento que iba hacia los campos de exterminio y se escondieron en los bosques de Bielorrusia uniéndose a la resistencia.
En el año 1947 lograron llegar a México y rehacer su vida. Shura nunca se quitó ese arete que le quedó de su madre hasta su muerte. Mi hija que adoraba a su bisabuela heredó la pequeña joya con una gran carga sentimental y convertido en colgante nunca se lo quita del cuello. Lo lleva siempre en recuerdo y homenaje a una gran mujer.
Shura era la abuela de mi esposo y cuando la conocí por primera vez quedé prendida de su personalidad y me conecté fuertemente con su historia de la cual escribí un libro llamado Una Amapola entre Cactus.
Nosotras queremos compartir el link a esta maravilla de libro basado en la vida de Szura Pupko una vida que rebasa cualquier ficción. Nació burguesa, coqueteó con el comunismo, cayó presa del nazismo, huyó de los campos de concentración y logró cobijarse con los Bielski, un grupo de partisanos que saboteaba destacamentos alemanes desde los bosques de Bielorrusia. El relato deslumbrante de «Una Amapola entre Cactus» alude en primera persona a las demenciales contradicciones europeas que determinaron el siglo XX y a la lucha personal de una heroína que se empeñó en sobrevivir a la barbarie.
Os dejamos aquí el link a tan fascinante relato:
Las Arras del Tío: De México a León, un Legado de Bendiciones
Uno de los tíos paternos de mi padre, que además era su padrino «por poderes», emigró a México aproximadamente en 1920 desde un pueblito pequeñísimo de la montaña de León, en el límite con Asturias. Regresó al pueblo en febrero de 1944 porque, aunque era joven, estaba enfermo.
El tío llegaba desde León capital (después de una larga travesía en barco a España) en tren hasta Villamanín, y de ahí al pueblito aún hay unos cuantos kilometros. Mi padre, que aún no había cumplido los 7 años (nació en abril del 37), fue a buscarlo a caballo a pesar de los dos metros de nieve que había. Por eso mi padre sitúa tan bien las fechas; parece ser que fue una nevada de órdago, en un pueblo de León a 1.300 m de altitud, donde la nieve es más que habitual.
Una vez en la casa, mi tío abuelo sacó regalos para su madre y hermanas. A mi padre le regaló un precioso estuche de piel (por desgracia, ese se perdió) y le dijo: «Con esto Dios te bendecirá a ti y a tu mujer para siempre». Mi padre no entendía nada; en el estuche había trece monedas muy raras, todas distintas y brillantes.
Las monedas son arras de matrimonio, todas diferentes, con pasajes bíblicos en anverso y reverso relacionados con el Sacramento del matrimonio. El tío de mi padre se hizo con ellas porque, en México, se hizo un nombre como importador de telas de lana inglesas para confección, y fue un pago en especie de un cliente.
Mis padres se casaron el 25 de mayo de 1968 (mi padre con 31 años, mi madre con 20) con esas arras, que mi padre le regaló en la pedida de mano junto con el habitual solitario (el pañuelo sobre el que iban las arras lo bordó mi madre).
Cuando mi hermano nació el 1 de junio de 1969, mi padre le regaló lo que había encargado: las arras convertidas en una pulsera.
Toda mi vida he visto a mi madre ponérsela cuando iba arreglada, y tenía la costumbre de besarla antes de ponérsela. Yo me casé el 26 de septiembre de 1997 y me empeñé tanto en que las arras fueran esas que, como no era plan de deshacer la pulsera, las usamos en esa forma, muy peculiar.
Los Pendientes de la Discordia: Un Legado entre Hermanas
Mis abuelos se casaron en plena Guerra Civil. En 1939 nació su primera hija y en 1941 la segunda, mi madre. Tuvieron dos hijos más, pero nada tienen que ver con esta historia. Si la abuela tuvo joyas, vestidos o algo de valor anterior a los años 40, seguro que acabó en la casa de empeños; fueron tiempos muy duros.
Al finalizar la guerra, mi abuelo, marino de guerra, pasaba largas temporadas lejos de la familia navegando, y a su vuelta siempre traía obsequios para todos. A finales de los años 40, su barco tocó puerto en Barcelona. De allí trajo dos pares de pendientes, uno para cada hija.
Sé en qué joyería los compró porque mi madre conserva el estuche original, que lleva en su interior el nombre y la dirección estampados en oro: Joyería Ceylan, calle S. Fernando, 27. Los dos juegos son muy parecidos y mi abuela decidió cuál daría a cada una de sus hijas. Ambas los estrenaron el día de su Primera Comunión (mi tía en 1948 y mi madre en 1949).
Mi madre no quedó contenta con el reparto; le gustaban más los de su hermana, y esos pendientes fueron motivo de berrinches y discusiones entre ellas. En mayo de 1998, regaló los suyos a mi hermana pequeña para que los luciera el día de su boda.
En cuanto a los pendientes de mi tía, continuaron siendo objeto de discusiones y envidia toda la vida. Las recuerdo con más de setenta años; mi madre, enfurruñada todavía, decía que a ella le dieron los más feos porque mi abuela siempre la tachó de destrozona, mientras mi tía quitaba hierro al asunto.
Lo cierto es que mi tía, soltera y sin hijos, era cuidadosa, rayando en lo obsesivo. Sus pendientes, a día de hoy, están impecables. A finales de los 80, los llevó a la joyería Montego, donde cambiaron las circonitas originales por brillantes.
En 2016, semanas antes de morir a causa de un cáncer, me dijo que, ya que mi hermana tenía los de mi madre, lo justo era que yo tuviera los suyos. Así fue como los pendientes de la discordia acabaron en mi poder.
De vez en cuando pienso en mi tía y me pregunto si me los dio adrede para seguir chinchando a su hermana.
Los Pendientes Olvidados: Un Tesoro Escondido Bajo el Carbón
La familia de mi suegra era originaria de Montblanc, un pueblo en la provincia de Tarragona. Ante las dificultades de la vida en el campo, muchas jóvenes se trasladaban a la capital para trabajar como sirvientas. Nuestra tía y sus tres hermanas destacaban en la costura y fueron contratadas por una familia de la burguesía de Barcelona.
Durante su estancia allí, nuestra tía se comprometió con el chófer y mecánico de la familia. Al casarse, la señora le regaló unos bonitos pendientes de oro, platino y diamantes de talla antigua. Según se decía, eran de su propiedad y los ofreció como un regalo muy personal.
A pesar de su origen humilde, nuestra tía lució los pendientes en su boda en 1933. Con el paso de los años y los altibajos políticos en España, durante la Segunda República, los tíos decidieron regresar a Montblanc para establecerse allí y ofrecer servicio de taxi en la comarca.
Por miedo a las revueltas y al pillaje que se avecinaban con el estallido de la Guerra Civil, los tíos de mi suegra guardaron en una cajita metálica las pocas cosas valiosas que poseían: un reloj de bolsillo, un par de medallas y los mencionados pendientes, y la enterraron bajo la pila de carbón en la carbonera del garaje de mi tío, que entonces era mecánico y taxista.
La guerra pasó, tuvieron a su única hija, prima de mi suegra, y la caja olvidada permaneció bajo el carbón hasta la muerte de los tíos en los años 70, cuando la hija vendió el taxi y todas las herramientas de su padre a un chatarrero.
Al limpiar y vaciar el garaje, que siempre estuvo en la planta baja de su casa, encontraron la caja y casi la tiran, creyendo que solo contenía tornillos. Y allí aparecieron los pendientes. Esta prima de mi suegra ya estaba casada desde hacía años y no pudo lucirlos, pero los guardó para su hija, que es de mi edad.
La prima de mi suegra me mostró los pendientes hace unos 25 años. Entonces estaban limpios y resplandecientes. Ella lamentaba no haberlos encontrado bajo el carbón hasta mucho después de la muerte de sus padres, y no poder lucirlos en su propia boda, aunque tenía la ilusión de que su hija los disfrutara.
Desde el primer momento en que los vi, me enamoré de ellos. Pocos se imaginan los descendientes de aquella señora de la alta burguesía catalana, que contaba con costurera y chófer, que aún existen joyas de su antepasada que sobrevivieron a revoluciones y guerras al quedar enterradas y olvidadas en una carbonera.
El Brazalete de Baeza: Recuerdos y Legado de una Bisabuela Discreta
Les envío un brazalete de caña de oro que es una verdadera preciosidad. Perteneció a mi bisabuela , abuela de mi madre. Aunque no la conocí, en casa siempre nos han hablado y contado muchas vivencias de nuestros abuelos y bisabuelos, lo cual es una manera de recordarlos y conocer nuestros orígenes; son esas personas las que nos han traído hasta aquí.
Mi bisabuela nació en Baeza alrededor de 1870, hija de un banquero de la localidad. No era demasiado agraciada, pero sí muy simpática, graciosa y discreta. Se casó con un buen mozo que llegó a dar clases en Baeza, ocupando el mismo despacho que luego usaría uno de los Machado (el cual aún se conserva). Su marido opositó y se convirtió en inspector de alcoholes, siendo destinado a Alicante, donde tuvieron su primera hija, Isabel. Posteriormente, en Ripoll nacieron sus hijos gemelos, uno de ellos mi abuelo. Regresaron a Alicante, donde vivieron hasta aproximadamente 1920, y luego se trasladaron a Madrid.
Su primogénita se casó con un militar guapo y profundamente enamorado, pero la historia terminó trágicamente con el fallecimiento de su hija en Toledo, víctima del tifus a los 28 años, dejando atrás un hijo de 6 años. Esto sumió a mi bisabuela en una depresión que duró hasta su muerte en 1938. Tenía varias joyitas que pasaron a mi abuela, su nuera, y han llegado hasta nosotras. La pulsera parece ser de pedida, aunque no conservamos ninguna foto en la que la lleve puesta; tenemos una con un broche y pendientes, que es la que te envío. Tal vez me he extendido demasiado, pero fue una mujer de gran valía que pasó por este mundo de puntillas, casi sin hacer ruido y me parece que este pequeño texto puede ser un precios homenaje para ella.
La Cruz de los Padrinos: Un Legado de Amor y Recuerdo
Os envío una joya que tiene un gran significado para mí. Se trata de una cruz latina, con terminaciones en forma de flor de lis, elaborada en oro, con brillantes y esmalte, de la segunda mitad del siglo XIX. La cruz se abre por detrás. Desconozco si también seria un guardapelo, o simplemente un capricho del orfebre que la realizara.
Este regalo fue hecho por los padrinos de mi madre, quienes eran anticuarios, con motivo de su boda.
Ellos «adoptaron» a mi madre porque no tenían hijos, y mi abuela, viuda tras la Guerra Civil, no disponía de recursos económicos para cubrir su alimentación y educación. Pocos días antes de la boda, su padrino, que también iba a serlo ese día, falleció. Su madrina había fallecido un año antes.
Afortunadamente, mi abuela pudo acompañarla en ese día tan importante, y la cruz estuvo cerca de su corazón, en recuerdo de sus padrinos.
Un Anillo, Dos Historias de Amor y Valentía
Este es el anillo de pedida de mi abuela paterna, un hermoso diseño Art Decó que fue comprado en Francia. Es un regalo muy especial, cargado de gran significado sentimental. Era lo único que le quedaba de mi abuelo, a quien perdió cuando estaba embarazada de mi padre. Ella fue una gran mujer, la admiro muchísimo. La historia es muy triste, se quedó sola con dos niños, un recién nacido y una niña de 3 años. Nunca se volvió a casar.
Mi abuela le regaló el anillo a mi madre, su nuera, en el Aeropuerto de Palma, el día que partía hacia su luna de miel con mi padre.
Es precioso y llama la atención de todos cuando me lo pongo en contadas ocasiones especiales. Tengo miedo de estropearlo. Este anillo me recuerda lo que fue mi querida familia.
Los Pendientes Perdidos y Recuperados: Una Historia de Amor y Generosidad
Estos pendientes eran de eran de mi abuela Reyes, una sevillana rubia de ojos celestes que trabajaba como cigarrera en la fábrica de tabacos de Sevilla, actualmente conocida como la Universidad Hispalense. Ella vivía en el barrio de Santa Cruz y era hija de un picador de toros llamado “El Triito”.
Un día, vio unos pendientes en una joyería y se enamoró de ellos. No tenía dinero para comprarlos, así que buscó un trabajo por las tardes ayudando a una mujer que era una reputada modista de su época. A través de este trabajo, fue ahorrando para tener el dinero suficiente y poder comprarse los pendientes, que en su tiempo eran conocidos como «pendientes de panadera».
Sin embargo, conoció a mi abuelo y se enamoró perdidamente de él, un sevillano de pelo castaño y ojos verdes. Pero no tenían dinero suficiente para preparar la boda, así que, con pesar, decidió empeñar los pendientes. Cuando quiso volver a recuperarlos, ya no estaban; había pasado demasiado tiempo y el dueño del empeño los había vendido. Esto le causó un gran disgusto.
Mi abuelo tenía una carnicería familiar, y mi abuela trabajaba allí ayudándole. Durante la guerra, ayudaron a todos aquellos que tenían dificultades para comer; fue una época muy difícil.
Un día, llegó a la carnicería una mujer con necesidad, una vecina del barrio que era viuda, mayor y sin hijos. Se acercó a mi abuela y le preguntó si podría cambiarle algo de carne por alguna cosa de valor que tenía en casa. A mi abuela le dio mucha pena su situación, en ese momento se saco del bolsillo un papelito blanco con algo dentro y se lo entregó pidió algo de carne a cambio. Cual fue la sorpresa de mi abuela al abrir el paquete y encontrarse con sus pendientes. A mi abuela le dio un vuelco el corazón y le dijo que la ayudaría dándole algo para comer todos los días. Así lo hizo, pero lamentablemente, la mujer falleció poco tiempo después.
Yo me los he puesto muchísimo y siempre han llamado la atención, guardo todas las fotografías de familia como un tesoro igual que guardo estos pendientes.
Joyas del Taller de mi Padre: La Huella de un Maestro Artesano
Las fotos que os envío son de tres broches hechos por mi padre Xavier Mingall BORRUT cuando era muy joven y acababa de montar su taller de joyería. Era un joyero artesano excepcional y, a los pocos años, comenzó a crear piezas exclusivas para un par de joyeros en el Paseo de Gràcia de Barcelona, nuestra ciudad, siendo el más conocido Soler Cabot, que en aquel tiempo se llamaba Domènech Soler Cabot.
Yo era pequeña y pasaba las tardes con él en el taller, donde me enseñaba todo sobre las herramientas y su uso. Tenía una prensa, un horno de fundición, dos máquinas: una para hacer hilo y otra para hacer plancha, y seis mesas de trabajo, entre otras cosas. Estábamos seguros de que trabajaríamos juntos en el futuro.
Sin embargo, la vida puede ser muy cruel y él falleció joven, un hecho que nunca he superado.
Tenía algunas joyas que él había hecho para mi madre, no muy ostentosas, pero elaboradas con oro, brillantes, esmeraldas, turquesas y rubíes. Un día, entraron en casa y me las robaron; solo se llevaron lo de oro, ya que la plata la tenía guardada en otro joyero y no la tocaron. Fue otro disgusto.
Lo que te envío son fotos de los broches de plata. El que más me gusta es el de las hojas con una aguamarina. Tienen un estilo modernista muy bonito y son grandes. Quedan súper bien en un abrigo o chaquetón.
Espero que te gusten.
A los pocos días de publicar la fotos del broche realizado por Xavier, el padre de nuestra seguidora, para nuestra grata sorpresa y la de ella, apareció otra seguidora con un juego de broche y pendientes excepcionales, comprados en esa joyería en los años en que Xavier trabajó para ella y con un estilo casi idéntico al que os mostramos. Siempre nos quedará la duda de si fueron también hechos por sus manos, pero la alegría que sintieron tanto su hija como nosotras al ver las fotos fue desbordante.
El Anillo que Sobrevivió al Tiempo y la Guerra
Esta joya evoca una historia de amor y de guerra.
Mis abuelos se casaron en los años 20, tenían una situación acomodada y mi abuelo, de un alfiler de corbata, encargó que le hicieran este anillo de pedida para su futura esposa.
Llegó la guerra civil, mi abuelo murió en el 39 y mi abuela, con dos hijos pequeños y embarazada de un tercero lo perdió todo.
Su anillo de compromiso, la joya que su marido transformó para ella, fue su moneda de cambio y pasó a manos de su hermano, que se lo regaló a su mujer.
Una mujer de manos grandes, buena y muy rica que aumentó el aro para poder lucirlo en su dedo.
No pasó mucho tiempo y la muerte prematura de esta mujer hizo que el anillo volviera a manos de mi abuela.
Fallecidas mi abuela y mi madre, mi hermana y yo, nunca hemos querido achicar el aro y ajustarlo a nuestros dedos para que conserve el vestigio de las mujeres que lo habitaron, su legado imperecedero.
Pendientes de Plata y Fuerza: El Legado de mi Bisabuela
Buenos días, les envío la foto de los pendientes de mi bisabuela. Ella nació alrededor de 1880, pero no la conocí porque falleció en 1972, y yo nací después. Los pendientes son de plata con cristales, aunque en algún momento ella los reparó con estaño por falta de dinero. Me ha costado mucho hacer un arreglo para poder ponérmelos.
De mi bisabuela me hablaron mucho porque conviví mucho con mi abuela, que era su hija pequeña. Dicen que era una mujer muy fuerte. Nació y vivió siempre en la provincia de Zaragoza. Tuvo cuatro hijos y sufrió mucho, ya que mi bisabuelo era un hombre violento que les hizo la vida imposible. De hecho, sus hijos se fueron de casa muy pronto. La mayor se casó muy joven, el hermano de mi abuela se unió a la Guardia Civil, y mi abuela y la otra hermana se fueron a Zaragoza a trabajar como internas. Mi bisabuelo murió joven.
Cuando mi bisabuela ya no pudo vivir sola, porque se quedó ciega y perdió el oído a causa de los golpes, vivió con mi abuela, que le dio una vida feliz, aunque ella recordaba con horror su vida con su marido, muchos años después. Mi abuela, mi madre y mi tía hablaban mucho de ella; siempre ha estado muy presente en nuestras vidas.
Llevo puestos los pendientes en la ofrenda de flores a la Virgen del Pilar, cuando me pongo el mantón de Manila, junto con los zapatos de pana lisa y las peinetas que también he heredado de mi bisabuela. Durante la ofrenda, toco los pendientes para no perderlos. Son desmontables y se pueden usar solo con la parte de arriba.
No tienen valor económico, pero sí un gran valor sentimental. Me hacen sentir cerca de una mujer que sufrió y luchó mucho, y a la que me habría encantado conocer.
El Collar de la Generosidad: Un Regalo por una Comida Especial
Este collar perteneció a mi abuela paterna, quien fue una de las mujeres más humildes del pueblo en el que vivía. A pesar de su modestia, su casa siempre estaba llena de gente, ya que era famosa por su bondad y su habilidad en la cocina. Madre de nueve hijos y trabajadora incansable, un buen día pasó por allí una señora vendiendo collares traídos de Inglaterra.
Mi abuela, que al final de la zafra siempre recibía un poco más de dinero, le preguntó cuánto costaba el collar. La vendedora le dio el precio, pero mi abuela no podía pagarlo. Entonces, la vendedora le dijo: «Mire, sabe que se lo voy a regalar, pero a cambio, cocínenme algo rico». Y así fue. Cuando mi abuela falleció, mi tía me regaló este collar a mí.
Herencia de Amor: La Pulsera Art Decó de los Tíos Antonio y Joaquina
Los protagonistas de la historia son los tíos Antonio y Joaquina, en Madrid, en 1919. La foto fue tomada en un estudio fotográfico llamado Veronés, que estaba en la calle San Bernardo 52, muy cerca de su casa, ya que vivían en la esquina de la calle Montalván con Manuela Malasaña.
Esta es la pulsera de pedida y los pendientes de mi tía abuela Joaquina. Se la regaló su prometido, el tío Antonio, el 21 de agosto de 1910, y así figura en la inscripción grabada. Es completamente art déco, hecha de oro y brillantes. Mis tías me la regalaron cuando yo me casé.
Los hemos guardado con mucho cariño en la familia. Ellos no tuvieron hijos, y todas sus cosas fueron heredadas por mis tías, quienes me las regalaron a mí.
¡La cajita me parece otra joya!
De Gemelos a Pendientes: El Legado Transformado de Mi Abuelo
Las siguientes fotos son de unos gemelos de mi abuelo, que convertí hace años en unos pendientes.
Aunque no tengo una foto de la época, 1925, os envío la imagen de su boda, donde mi abuelo los llevaba, aunque no se aprecian bien. Desconozco si son más antiguos; tal vez sean herencia de su padre.
Lamentablemente, las joyas que llevaba mi abuela no han llegado hasta mí. La posguerra fue muy dura y, probablemente, se convirtieron en dinero para subsistir. Mi abuela sacrificó antes sus joyas que las de su esposo.
Mi Talismán Familiar: La Persistencia de un Anillo Centenario
Este anillo ha pertenecido a mi familia durante más de cien años. Al fallecer mi abuela, lo heredó mi madre. Siempre he querido hacerlo mío, pero cada vez que intenté arreglarlo, me dijeron que no quedaría bien y terminaba llevándomelo de nuevo a casa. El problema era que, por debajo, tenía un armazón con dos piezas superpuestas a los lados, las cuales disimulaban la estructura inferior.
Quien la sigue la consigue, y mi persistencia tuvo sus frutos: encontré un joyero que me aseguró que podría repararlo. Una vez rehecho, se convirtió en mi joya talismán; llevarlo me hacía sentir protegida. El anillo tenía brillantes de roseta que, con el tiempo, fui perdiendo. Sin embargo, mi obsesión por no quitármelo me llevó a sustituirlos, mientras trabajaba en la oficina, por pequeños trozos de bolígrafo Bic incrustados. Así funcioné durante mucho tiempo, hasta que pensé que era un desprestigio llevar un anillo tan apreciado de esa manera.
Me planteé que quitármelo para arreglarlo no debería asustarme, así que decidí llevarlo y, dado que lo hacía, debía hacerlo a lo grande para que mi tesoro fuera aún más valioso. Así que lo sustituí por brillantes de talla.
Ahora es mi joya más preciada, no por su valor material, sino porque me siento orgullosa de que, en la actualidad, siga luciendo como si fuera nuevo. Llevarlo me hace sentir orgullosa de poder mostrar el legado de mi familia.
El Broche del Amor: Un Regalo Inolvidable de 1860
Mi joya con historia…
Este broche se lo regaló mi bisabuelo a mi bisabuela en las Navidades de 1860 -1865 aproximadamente, lo sé porque escuché a mi abuela contarlo muchas veces.
Mi bisabuela pensaba que no iba a recibir ningún regalo, ya que habían comprado unos terrenos y utilizado todos sus ahorros.
Sin embargo, esa Navidad sí tuvo un regalo, que era muy especial, pues representaba el amor que él le tenía. En la parte de la pulserita de oro que lleva la mano, iba colgado un corazón de rubí. Ese corazón no lo he conocido. Cuando el broche llegó a mis manos, como parte de la herencia de mi madre, ya no lo llevaba. En el puño lleva unos diamantes rosas muy pequeñitos, que no se aprecian bien debido a la cantidad de repujado que tiene.
La Pulsera de la Yaya María
Mi abuela nació en 1914 en un pueblo de Teruel, La Puebla de Valverde. Allí creció, se casó y tuvo a mi madre, su única hija.
En 1955, mi abuelo enfermó y tuvieron que vender todo lo que tenían para venir a Barcelona, con la esperanza de encontrar una cura para su enfermedad. Vivían los tres en una portería de la calle Córcega, y mi abuela era quien hacía la limpieza de la finca.
Poco tiempo después, mi abuelo falleció, quedándose ellas dos solas, siendo mi abuela quien tiró adelante de la familia. Con el tiempo, mi madre estudió peluquería y conoció a mi padre. Nací yo, y vivimos los cuatro en la misma portería hasta que cumplí seis años.
Mi abuela apenas tenía joyas; fueron mis padres quienes le compraron el anillo que ella decía que era el de casada y los pendientes que siempre llevaba. Cuando cumplió 60 años, mis padres le regalaron la pulsera de oro que ven en la foto. A ella le encantaba; se la ponía para fiestas o ocasiones especiales, y yo la miraba con orgullo.
Solo me tenía a mí de nieta, pero éramos muchas las que la llamábamos «yaya». Cuando llevé a casa al que ahora es mi marido, fue la yaya la primera en conocerlo. A ella le gustaba hacer ganchillo y cocinaba de maravilla.
Murió con 103 años, en enero de 2018, habiendo conocido a sus dos bisnietas. No hay día que no me acuerde de ella. Llevo su pulsera en muchísimas ocasiones. Me hace sentirla más cerca; la miro, sonrío y pienso: «mira, la pulsera de la yaya María».
Muchísimas gracias por la iniciativa que habéis tenido. Es muy emotivo poder enseñar estas joyas y haceros partícipes de una parte de la historia de nuestras mujeres. Sin ellas, no estaríamos aquí hoy.
Pendientes con Historia: De la Mar al Corazón de la Familia
Estos pendientes han vivido más de una vida. Mi bisabuelo, que era marino, se los regaló a mi abuela en los años 40, en uno de esos regresos en los que traía algún tesoro de tierras lejanas. Esa vez, atracaron en Barcelona, y él eligió dos pares de pendientes: uno para mi abuela y otro para mi tía abuela. Las dos estrenaron los suyos en su primera comunión.
Pero vino la posguerra, y mi bisabuela, en esos tiempos en los que había que hacer de todo para salir adelante, se vio obligada a empeñarlos. Cuando por fin logró juntar el dinero para recuperarlos, se encontró con la amarga sorpresa de que solo le devolvieron uno. Resulta que la mujer del dueño de la casa de empeños había llevado los pendientes a una fiesta, ¡y perdió uno! Solo se quedaron con el pendiente que quedaba, como si la historia se hubiera quedado a medias.
Pasaron muchos años, y mi abuela, ya mayor, decidió que no iba a dejar ese par incompleto. Fue a un joyero local y mandó hacer el pendiente perdido, devolviéndole al par su sentido. Cuando mi madre se casó, mi abuela le regaló esos mismos pendientes, ya restaurados, para que los llevara en su boda, con todo lo que significaban.
Ahora, esos pendientes siguen ahí, esperando su próximo capítulo. Y espero ser yo quien los luzca algún día, como testigos silenciosos de todas esas vidas, luchas y recuerdos
Los Pendientes de la Promesa: Herencia de Amor y Fe
Estos pendientes pertenecían a mi abuela materna, de quien llevo su nombre. En 1959, se los prestó a mi madre porque iba a ser madrina de boda. Como estaba embarazada en el momento de la boda y mi abuela se los pedía, mi madre decía: «Si traigo una niña, son para ella». Nació mi hermano Joaquín.
Mientras tanto, ocurrió un problema gravísimo en la familia, y mi abuela le pidió a la Morenita, «Virgen de la Cabeza de El Carpio», que intercediera. En gratitud, ella le donó a la cofradía todas sus joyas; le gustaba mucho el oro y prometió no volver a tener nada de valor. A los años, nací yo, la cuarta, y mi madre le dijo que los pendientes eran para mí. Mi abuela, la pobre, me quería tanto que cedió. Mis tíos, que son diez, y mis primos, que somos veintisiete, conocemos la historia. Es lo único material que queda de ella.
Mi querida abuela Josefa tenía una gracia especial, al igual que mi madre. Ambas eran mujeres luchadoras y de bandera. Somos una familia muy unida. Mi tía Carmen, nuera de mi abuela, los llevó muchos años para acompañar a la Morenita en la Romería. Las mujeres vamos de mantilla o de gitanas. Yo también los llevé para la coronación de la Virgen en 2017. Espero que os guste la historia de esta joya; representa a mi abuela y todo su «amor».
El Prendendor De Los Tres Quesos Y La Arroba De Vino
¡Buenos días! Estoy entusiasmada con vuestra idea de dar visibilidad a NUESTRAS JOYAS DEL CORAZÓN, porque eso es lo que son. Son joyas que tienen un valor, ya sea material o sentimental. Algunas son de metales y piedras preciosas, mientras que otras son chapadas y con piedras menos valiosas… ¡PERO TODAS COINCIDEN EN SER NUESTRAS JOYAS DEL CORAZÓN!
La mía, como todas ellas, tiene una historia tierna y preciosa, que habla del amor de un padre a su hija. Además, tiene un apodo que pasa de generación en generación; conmigo ya es la tercera, y espero que con mis hijas sea la cuarta.
Mi bisabuelo Ángel procedía de un pueblo de Santander (Villaescusa), y trabajaba como arriero, vendiendo productos locales que transportaba en carros y mulas. En su casa hacían quesos y vino, y viajaba a Toledo, Valladolid, Segovia… a toda la zona central para vender lo que sus padres (mis tatarabuelos) producían y así ganarse la vida.
En uno de sus viajes, conoció en Cuéllar (Segovia) a la que sería su esposa, mi bisabuela Felisa. Con todo el cariño y amor del mundo, en su paso por Toledo, cambió tres quesos y una arroba de vino POR NUESTRA JOYA DEL CORAZÓN, un broche en forma de flor. Mi abuela solía contarme que su padre decía que su mujer era la flor más bonita que pudo ver y tener.
Con el tiempo, se casaron y tuvieron cinco hijos: cuatro chicas y un chico. Mi abuela María era la mayor, y mi bisabuela Felisa murió en el último parto, por lo que mi abuela tuvo que criar a sus cuatro hermanos.
El día de su boda, como no tenía madre, mi abuela se casó de negro y con mantilla (algo muy corriente en aquellos tiempos), y llevó el broche de su madre, el de los tres quesos y la arroba de vino. Mi abuela solo tuvo una hija, a quien llamó Felisa en recuerdo de su madre. El día de su boda, también quiso llevar el prendedor de su abuela y de su madre, colocándolo en el escote de su traje de novia, justo en el centro.
Cuando me casé, quise llevar también el broche de mi bisabuela. Me hacía especial ilusión sentir que mis antepasados, y sobre todo las mujeres de mi familia, estuvieran muy cerca de mí; incluso podría tocarlas a través del broche. Yo lo llevé prendido en el ramo de novia, en el lazo que sujetaba las flores.
A menudo me lo pongo en diversas ocasiones, y el año pasado lo llevé a limpiar y a que me soldaran el alfiler que lo sujeta. Ha sido tantas las veces que lo he disfrutado que se rompió el enganche.
Y esta es mi historia, mejor dicho, la historia de mi alfiler, comprado por un enamorado para su amada.
El Anillo que Une Tiempos: Una Promesa de Amor Eterno
En enero de este año, el destino me regaló algo más que una simple joya: un símbolo de amor eterno, un lazo que une pasado, presente y futuro. Nos hemos comprometido, y el anillo que ahora llevo en mi mano no solo representa nuestra promesa de amor, sino también el inicio de nuestra familia.
Este anillo ha viajado a través de generaciones; originalmente perteneció a la abuela de la abuela del padre de mi futuro esposo. Es un anillo de compromiso con un diseño trisillo, adornado con tres diamantes que evocan el pasado, el presente y el futuro, una simbología perfecta para lo que estamos construyendo. Aunque no es el anillo más impresionante a simple vista, su historia y significado lo convierten en el más valioso de todos.
Fabricado en oro de 18 quilates y con diamantes del siglo XIX, específicamente del año 1805, los diamantes presentan cortes clásicos Old Mine Cut y Old European Cut. Con el paso del tiempo, sus delicadas garras se han deteriorado, y uno de los diamantes se desprendió hace poco. Sin embargo, encontrar el diamante fue sorprendentemente fácil; mi mirada sabía dónde estaba, lo que me hace sentir que los antepasados que llevaron esta joya están de nuestro lado, apoyándonos en este nuevo capítulo de nuestras vidas.
Ahora estamos en el proceso de restaurarlo, pidiendo presupuestos, con la esperanza de que luzca perfecto para nuestra boda en abril. Este anillo, que ha sido testigo de tantas historias de amor y vida, será también testigo de la nuestra. Mientras busco joyas que hagan juego para el gran día, siento que estoy añadiendo un nuevo capítulo a su historia, uno que, quizás algún día, otra generación contará con el mismo cariño con el que hoy comparto esta historia.
El Verbo de las Joyas
Tal vez cada joya vive de un acaso, de un encuentro misterioso entre el metal, rudo y hostil, la gema que guarda su lumbre y el joyero, que cual creador, hace aparecer la hermosura en el tiempo propicio de un encanto. La joya es una gloria fijada, como la escultura, una visión detenida.
Toda joya esconde más de lo que públicamente profesa. Es como un credo dicho bajo las bóvedas de una Catedral aurífera, en que calladamente dice lo que de manera elocuente los elementos muestran en sus artículos de fe sensible.
La vida más íntima de una joya no es la exterioridad que enuncia, sino el verbo memorante que reserva. Una alianza, unos pendientes, un collar de perlas que emula en una brevedad el continuo del infinito, un rubí pulido en el martirio porque diga su secreto, un broche en que las gemas tintinean por las ondas de los pechos exhalantes sobre los cuales están fijos como Cruz en el Calvario y sostenidos por una gaza oscilante de Céfiro, una cruz que en sus brillantes contiene la Redención entera, todas aquellas joyas son más memoria que materia, o quizás, en toda aquella materia gloriosa se contiene la totalidad de la memoria. Toda verdad busca el verbo de las joyas. Aquí debemos asentar un principio inmanente de ellas: TODA JOYA ES VERBO, PALABRA, POESÍA, NO ACCIÓN. No hay obrar en ellas, pues como Aristóteles afirmaba de las acciones intelectuales, ellas son su propia obra, tanto como el recordar, que muere muriendo en el recuerdo.
Así, estos pendientes de mi madre, que en la Gloria lucirá ya otras joyas, recuerdan la vida de un labrador de España, que en 1912, con trece años de edad, abandonó su tierra de grana y gualda, para atracar en costa celeste y blanca. Ignoro qué joyero labró estos pendientes, pero de seguro fueron carnados frutos de incontables cosechas, pues para un labrador – como era mi abuelo – cada semilla era el acaso de una alegría, el sagrario de muchas lágrimas y el relicario de un terrón de esperanza.
Mi abuelo materno, Don Emilio Valado, regaló a mi abuela Doña María Castagno estos pendientes, que según decía mi madre Doña Catalina Valado de Boetto, tiempo antes de las nupcias, y que ella luciera en los esponsales. Este señor de recia estirpe española, mi abuelo, nació en Sanguñedo, Provincia de Orense, en 1899. Su padre, labrador, fue Don Camilo Valado Gómez; su madre, María Dapía.
La herida de España es tan roja como el gules de su bandera y ¡cuántas veces aquella sangró por la pobreza! Lo cierto es, que en 1912, ante el Juez Gumersindo Enriquez, Don Camilo Valado, firma el permiso de que su hijo emigrara de su tierra natal…¡Ay rojo de llanto de padre en rubí llorado de España!…El certificado, en su mandato formal, así reza: “Don Camilo Valado concede persmiso a su hijo Emilio Valado Dapía, de trece años de edad, soltero, labrador, natural y vecino del mencionado Sanguñedo a fin de que pueda emigrar para cualquiera de las Repúblicas de América con objeto de ganarse la vida”. Noviembre de 1912.
Aquellos pendientes no cruzaron el Atlántico, pero si la pobreza que los compraría; pobreza ésta, que según dicen los Reales Permisos, abordó el Barco Nuestra Señora de la Esperanza.
Mi abuelo, luego de llegar al puerto de Santa María de la Trinidad de los Buenos Aires, viajó hacia la provincia de Santa Fe (ignoro movido por quién) y con sólo trece años comienza a trabajar como agricultor en los campos de la pampa argentina. Se radicó en el pequeño poblado de Josefina, en el cual contrae matrimonio con quien sería mi abuela, Doña María Castagno, tomándola – según la documentación del Registro Civil – como “esposa y mujer” en 1940, tal que aquellos pendientes, que luciera ante el altar de San José, titular de la Iglesia en que se desposó, tienen ya ochenta y cuatro años memorando.
El alma de un español emigrado nunca queda completa; siempre sangae por la llaga en que se sangra su bandera, siempre llora las gemas de su corona, siempre calla con estoicismo regio el gualda que se torna hemorragia. Deseaba mi abuelo volverse a España, mas cuando la decisión estaba tomada, álzase la Guerra Civil. Y si el barco que lo trajo llamábase DE LA ESPERANZA, de la cual la esmeralda (del griego “smáragdos”) dícese corazón de piedra por lo que la esperanza es más cierta que la muerte y tan recia como el mineral, trocábase ahora en DE AMARGURA. Nunca más regresó a su tierra, nunca a sus labradíos de infancia y, por ende, nunca más vio la faz de su madre, de cuyo cuello bien seguro pendía algún crucifijo o alguna Dolorosa llorosa hasta la hartura. Mas cuando la esperanza calla, la memoria levanta el ancla y navega por el alma… ¡Ay pendientes aquestos nacidos entre esperanza y amargura, como saeta sevillana llorada en una “madrugá” herida de pasos y palios!…
Mi abuelo Emilio Valado, de quien mi padre decía que poco hablaba – ¡y cómo hablar si la esmeralda tornóse azabache! – falleció en 1966. Contaba mi madre, tanto como mi padre, que ya también se unieron con mi abuelo junto a la Esperanza, que gustaba sentarse él, callado, en aquellos patios de mi casa pueblerina, en que no reinaba la geometría lisa de lo contemporáneo, sino las umbrosas macetas y árboles frutales que nacían, allí, donde una mano arrojaba una semilla. ¡Patios de unción taciturna en plétora de joyas de trabajo! Quizás, en esa silente legión de la memoria, España se figuraba imposible, más imposible que todo el Atlántico. ¡Hay que saber llorar la Esperanza en la Amargura y anclar el llanto amargoso en la Esperanza!…Pienso, y en ello no me equivoco, que sólo un alma española puede unir tales fuerzas contrarias de tal funesto hipérbaton.
Aquellos pendientes, que luego luciera mi madre, hija única de un español y una italiana, paridos fueron, más que en mesa de joyero, en altar de lloros y de pobreza. Un agricultor comprando una joya de oro es casi un oxímoron, pues se trata de reunir sacrificio con abundancia y carencia con tesoro, mas si el Eros platónico, en hartura y en indigencia caminaba, ¡por qué razón un español, parido bajo una corona, no podía reunir aquellos contrarios que Platón uniera como propiedades del filosofante Eros!…Aquellos pendientes comprados por un español tenían toda la pobreza de Penía, madre de Eros, y toda la riqueza de Póros, padre de aquella filosófica creatura.
Ciertamente que el arte del joyero fue austero en la factura de los mismos, más quiso alguna Inteligencia, que pendiese de aquellos una como gota de oro, cual, si por ellos, quisiera contener la gota de llanto de un emigrado, que como Ovidio en el Ponto Euxino, se consolaba con oír palabras dichas en su lengua de imperio. Sí, aquellos pendientes que regalara mi abuelo a mi abuela, eran una metonimia de su amargura llorando por esperanza en oro.
Mi madre, austera y estoica mujer, que no lucía más oro que aquel que había venido de su familia o matrimonio – ¡os saludo oro parido en memoria y parido en esponsales! – guardaba a estos pendientes en un pequeño joyero revestido de seda negra con una tapa, que en sus deslucidos colores, todavía mostraba un capricho bucólico y arquitectónico de la pintura barroca del siglo XVIII. Pero cuando un niño es despierto como una esponja y todo lo devora con la mirada, se torna en auscultador de los secretos. Aquel alhajero, como los cajones de las cómodas de las madres, guardaban para un niño, no áridas cosas, sino verdaderos misterios.
Recuerdo, como si se tratase de una sinestesia, que aquel alhajero, donde la memoria de estos pendientes dormía en palabras de oro, poseía aquella extraña y dulcífera fragancia que las madres colocan en lo que tocan. Abrirlo era gozar del perfume de un oro pequeño, que para mi madre, era todo España, y para mí, todo un misterio.
Hoy aquestos duermen en un estuche, pues el amor de un hijo a su madre, no naufraga con la muerte, sino que se echa a la mar de la memoria, en la que espera, que otra vez, sobre el mar de lloros de las pérdidas vuelva a navegar el Barco de la Esperanza. Y no dudo que, al encontrar otra vez a mi madre, el nostos, tal como Osideo mostró la herida, sean estos pendientes en que tintinea el oro viviente de la memoria, pues ella, a decir cierto, es lo único de lo que nunca pondrán desterrarnos.
Y entonces, vuelto al principio del círculo, digo: “EN TODA JOYA DUERME EL VERBO DE UNA MEMORIA LLAMADA POR NOMBRE, ESPERANZA”.
Vayan estos versos a aquestos pendientes
“Si el cielo el agua llora
y en el río los llantos moran
que la tierra en su miseria
traga por nupcias de sobra,
también los lloros del hombre
que en esperanza se trocan joyas
corren cual variados ríos
por gemas y cuencas valiosas
no por lucir soberbias,
mas sí por redimir memorias.
Que el joyero que gotas labró
contuvo en prisión la historia
de un español que en el rojo
lloró en tierras ignotas
el gualda que en España flamea
cual oro viril sin derrotas.
¡Pendientes tan amargosos
que contenéis tanta memoria
paridos en la Esperanza
que troca en vida a la historia!.
Hemos hecho dos posts diferentes ya que eran muchas historias. Si queréis leer las historias que faltan os dejamos el link aquí.