La mantilla española, una prenda de encaje de uso tradicional desde hace muchísimos años, va a ser la protagonista de esta semana en nuestro perfil. Esta semana nuestras redes se van a llenar de cuadros, ilustraciones y fotografías con damas luciendo mantillas. Estamos en Semana Santa y hemos pensado que es el momento más indicado para rendir nuestro personal homenaje a esta prenda tan femenina, favorecedora y tradicional en nuestra tierra.
Parece que sus orígenes se remontan a la cultura íbera, en la que las mujeres usaban velos y mantos para adornar y cubrir su cabeza. Hay otras teorías que afirman que su origen está en el velo musulmán, heredado en Al-Ándalus y luego por las mujeres mozárabes. Sea como fuere la costumbre se implantó entre las mujeres españolas, y su uso se fue adaptando poco a poco hasta convertirse en una moda.
A finales del siglo XVI el uso del manto, denominado ya por aquella época mantilla de aletas, se generalizó en España y comenzó a incluirse en numerosos trajes populares. Cada región mantuvo un estilo propio a la hora de colocarla, y también condicionado en gran medida a la climatología de la zona de uso. No sería igual de gruesa y abrigada una mantilla para uso de mujeres en zonas frías de la península, que la de una mujer de la zona sur donde la climatología es mucho más cálida y por tanto las mantillas más ligeras y frescas.
En el siglo XVII ya era habitual utilizar la mantilla de encaje como prenda distinguida, además de las de paño y mantones de seda.
Sin embargo, no sería hasta bien entrado el S.XVIII cuando comenzamos a ver las mantillas en los grandes salones, lucidas por las más influyentes damas de la corte. Ellas fueron las que refinaron los materiales y comenzaron a sustituir los paños más pesados por piezas totalmente de encaje y seda.
Fue la reina Isabel II, ya en el S.XIX, una gran aficionada a los encajes, la que impulsó en gran manera el uso de la mantilla. Tanto ella como sus damas la lucieron en numerosos actos, como se manifiesta en varios retratos de la reina plasmada por sus pintores de Corte con esta singular prenda.
A finales del S.XIX su uso comenzó a abandonarse un poco, pero en Sevilla y otras ciudades de Andalucía continuó gozando de gran devoción. Algo que también ocurrió en Madrid, donde el empleo de la mantilla estaba tan arraigado a las costumbres, que las damas de la nobleza madrileña la convirtieron en símbolo de su descontento durante el reinado de Amadeo de Saboya y su esposa María Victoria. El rechazo hacia ellos y a las costumbres foráneas fue protagonizado por las mujeres, que se manifestaron por las calles madrileñas llevando en lugar de sombreros la clásica mantilla y peineta española. Un hecho que pasó a la historia como «la conspiración de las mantillas».
Durante el S.XX aún se veían pequeños velos en las iglesias, que las mujeres utilizaban para cubrir su cabeza en misa o si estaban de luto. Eran pequeñas toquillas o mantillas de media luna.
Poco a poco y con el paso de los años su uso se ha ido perdiendo, y a finales del S.XX ha quedando relegado muy especialmente a la festividad de la Semana Santa, la Feria de Abril, los toros y en algunas bodas.
En Semana Santa aun es tradición en algunas zonas que las damas se vistieran de negro, luciendo sus mejores galas y en la cabeza peineta de carey o pasta sobre la cual se colocan la mantilla negra de encaje, que se luce para acompañar a las procesiones y visitar las iglesias, especialmente el Jueves y Viernes Santo.
La famosa Feria de Abril de Sevilla, así como la Fiesta Nacional de los toros, sigue siendo una ocasión en la que las mujeres españolas, y en algunos casos extranjeras, usan esta prenda. Aunque por tratarse de una festividad popular puede usarse de color blanco y adornada con flores o lazos de colores.
Hay varios tipos de tejidos con los que se elaboran las mantillas. Los más habituales son la blonda, el chantilly y el tul.
La blonda es un tipo de encaje de seda mate, caracterizado por la utilización de grandes motivos (florales generalmente) hechos con seda más brillante. Tiene ondulaciones en sus bordes, generalmente llamadas «puntas de castañuelas». El encaje de blonda se elabora con dos tipos de seda (retorcida y mate para hacer el tul del fondo y brillante y lasa para los dibujos).
El chantilly es un tejido originario de Francia que estuvo muy de moda entre las aristócratas europeas durante los siglos XVIII y XIX. Es ligero y elegante. Está elaborado con hilos de seda y técnica de bolillos, con diseños de carácter vegetal y presentando abundancia de hojas, flores, y guirnaldas. El chantilly es un encaje más etéreo y ligero que la blonda, considerándose más elegante para la mantilla negra y menos frecuente, ya que es mucho más caro de realizar que la blonda.
Luego está el tul, el más corriente de todos: tejido delgado y transparente de seda, hilo o algodón que suele emplearse para imitar las mantillas de blonda y chantilly.
A partir de 1860 se empleó el chantilly mecánico. Este tipo de encaje se elabora con un fondo de tul hexagonal y con hilos de diferente grosor; uno que conforma la base y otro para el contorno del dibujo, utilizándose no solamente para mantillas. También fue frecuente verlo en chales, guantes y sombrillas.
Mención aparte merece la mantilla goyesca o madroñera, llamada así por estar realizada con unas bolitas de terciopelo que recuerdan a los frutos del madroño. Su uso era menos común y es una pieza más complicada de colocar, aunque queda igualmente elegante y favorecedora.
Gracias especialmente a Beatríz Bourgueois que me sirvió de modelo para la foto que presenta esta entrada.
BIBLIOGRAFÍA: González Mena, María Ángeles, «La mantilla española», Tejido artístico en Castilla y León desde el siglo XVI al XX, Burgos, 1997, Junta de Castilla y León.
http://webs.ono.com/murcianazarena/mantilla_2.htm
http://barbararosillo.com/2012/03/15/la-mantilla-espanola/
http://paseandohistoria.blogspot.com.es/2012/01/la-mantilla-espanola.html
http://historiadelamodaylostejidos.blogspot.com.es/